Pintura de castas, un catálogo de la diversidad del mestizaje en Nueva España

Rafael Castañeda García

 

El siglo XVIII fue el periodo de mayor mestizaje en el México colonial. La población indígena ya se había estabilizado y era la más numerosa en todo el virreinato. Los esclavos africanos dejaron de comerciarse desde mediados del siglo anterior, había cada vez menos negros pero en cambio abundaban los mulatos, pardos, morenos y en menor medida los chinos. Los mestizos cada día cobraban mayor importancia y la élite seguía siendo española y criolla. La población dejó de concentrarse en las grandes ciudades y ahora se distribuía a lo largo y ancho del territorio, sobre todo en los reales mineros del norte y del Bajío.

 

En la segunda mitad de la centuria se da una mayor presión fiscal como parte de las reformas políticas de los Borbón. Esto hizo que hubiera un mayor control sobre la población. Al mismo tiempo, el movimiento cultural e intelectual europeo conocido como la Ilustración buscaba introducir nuevos saberes útiles a la sociedad y promover la enseñanza de primeras letras –leer y escribir– para todos los habitantes de sus dominios.

 

Catálogos de la diversidad

 

En este contexto, la serie de lienzos de cuadros de castas fue una de las pocas expresiones artísticas de la época que no destacaba el tema religioso ni cortesano: su fin era catalogar al conjunto de la sociedad, sobre todo a los sectores populares.

 

Las calidades o categorías que la sociedad novohispana utilizó para referirse a la población africana y sus diferentes mezclas con otros grupos fueron: negro, mulato, pardo, moreno, morisco, chino, lobo y coyote. Por tanto, los nombres que buscaban clasificar a los presuntos grupos socio-raciales que se representaron en la pintura de castas no existieron en la legislación ni en la cotidianidad, de ahí las diferencias entre los distintos pintores sobre lo que ellos denominaron: “Tente en el aire”, “No te entiendo”, “Salta-atrás”, “Torna-atrás”, “Cambujo”, “Barcino”, “Albarazado”, “Chamizo”, “Jíbaro”, “Cuarterón”, “Calpamulato”, entre otros.

 

El tema principal de este género pictórico era la formación de una nueva casta y estaba centrado en el grupo de los padres y el hijo; es decir, la familia domina el escenario central de la obra, casi siempre en un contexto doméstico e íntimo dentro del marco de las labores de la casa o de los oficios a los que el marido y su mujer se dedicaban, en los cuales el niño o la niña no quedaba excluido de participar. Llama la atención la ausencia de lo que hoy conocemos como adolescentes, pues la etapa entre la niñez y la adultez no se pintó en estos lienzos.

 

Además, hay una idealización en los rostros que se representan con semblantes armoniosos. Aunque en las escenas familiares no falta alguna que no es precisamente símbolo de avenencia entre marido y mujer, en su casi totalidad respiran un ambiente de paz y felicidad.

 

El otro elemento a destacar es el variado muestrario de productos regionales –como las frutas–, con frecuencia numerados y con la relación de sus nombres. Así, esta serie de cuadros clasifican y destacan la diversidad de los habitantes de la Nueva España en el siglo XVIII, la fertilidad de su tierra, la riqueza y belleza de sus productos.

 

Por otra parte, los cuadros de castas no fueron las únicas representaciones de la población de origen africano. También encontramos los villancicos de negro que incluyen una serie de detalles realistas y costumbristas, en los cuales se les mostraba como personajes que deambulaban entre lo serio y lo gracioso.

 

La pintura como instrumento de poder

 

La pintura de castas incluyó diversos escenarios, más urbanos que rurales, situaciones armoniosas y conflictivas, oficios de diversos estatus y prácticas lúdicas de la época. Fueron una serie de representaciones que puso en el centro de la escena a la población negra y sus diferentes mezclas; lo hizo de manera natural, sin ridiculizarlos ni caricaturizar sus rostros. Sin embargo, los muestra en una sociedad ideal, oculta la marginación y la exclusión social que miles de ellos vivieron en su entorno cotidiano; lo hace al representar a un mulato o mulata vestidos de manera ostentosa, a la española, cosa que pudo haber ocurrido casi de manera excepcional.

 

Su mensaje es claro: el mestizaje cambia los tonos de piel –entre más oscura más ilegítima–, en una sociedad en la que el origen tenía un gran peso y podía ser un obstáculo para la movilidad social o para ocupar puestos dentro de la Iglesia y en las instituciones civiles. El desafío de clasificar el mestizaje llevó a sus realizadores a la exageración, a la invención de categorías que en sus propios términos –torna atrás– degradaba la posición del individuo dentro de su contexto local. Estos lienzos no solo fueron objetos artísticos, sino instrumentos de poder que buscaron catalogar la naturaleza, incluyendo a los habitantes del Nuevo Mundo del siglo XVIII.

 

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "Pintura de castas" del autor Rafael Castañeda García, que se publicó en Relatos e Historias en México, número 115