Pancho Villa, el dolor de cabeza de Estados Unidos

Alejandro Rosas Robles

En 1920 se rindió al gobierno federal para morir asesinado el 20 de julio de 1923. En los primeros días de febrero de 1926 una escalofriante noticia recorrió el país. La tumba de Villa había sido violada y al cadáver le fue cercenada la cabeza. Las malas lenguas señalaron como culpables a los norteamericanos.

 

Un célebre corrido de la época canta para la historia: “Patria México, febrero veintitrés/, dejó Carranza pasar americanos/ dos mil soldados, doscientos aeroplanos/ buscando a Villa queriéndolo matar”. La Expedición Punitiva, sin embargo, fue un desastre. El general Pershing –comandante en jefe de la expedición– jamás tuvo la certeza del lugar donde se encontraba Villa. De marzo a junio, caballería, infantería y hasta una pequeña fuerza aérea recorrieron decenas de kilómetros para capturarlo.

Villa fue un dolor de cabeza para las tropas invasoras y nunca tuvieron fortuna. Hasta la Primera Guerra Mundial actuó en favor del guerrillero: las tropas de Pershing dejaron México para embarcarse con destino final a Europa. El tiempo que todo lo transforma, convirtió la invasión a Columbus en un mito más de los creados alrededor de la figura de Pancho Villa –no obstante que el mayor número de bajas lo tuvo la guerrilla villista–. Para el vecino del norte una pregunta quedó en el aire: ¿Quién era aquel hombre que desafió abiertamente al poderoso país?

El centauro olvidó pronto su hazaña –una más– y en 1920 se rindió al gobierno federal para morir asesinado el 20 de julio de 1923. En los primeros días de febrero de 1926 una escalofriante noticia recorrió el país. La tumba de Villa había sido violada y al cadáver le fue cercenada la cabeza. Las malas lenguas señalaron como culpables a los norteamericanos. No sin cierto sarcasmo, la vox populi intentó darle una explicación al suceso: algunos estadunidenses seguían perplejos de lo sucedido en 1916 y al no dar crédito alguno a la capacidad de Villa –invasiones a mansalva sólo podían ser perpetradas por los Estados Unidos– creyeron conveniente estudiar su cerebro –o lo que quedaba de él– para conocer científicamente lo que tenía en la cabeza el centauro. Quizá esperaban encontrar algún indicio de que Villa tenía sangre estadunidense, o ¿De qué otro modo podían explicar la invasión? La cabeza nunca fue encontrada. Años después el resto de su cadáver fue trasladado al monumento a la Revolución, junto a Carranza, para quien Villa fue también, curiosamente, un dolor de cabeza.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Dolor de cabeza” del autor Alejandro Rosas Robles y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 24.

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