Naipes en Nueva España, ¿ociosidad o deporte?

Gerardo Díaz

Sobre la definición de deporte, la Real Academia Española nos indica en su diccionario: “Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre”. Pero actividades como el juego de naipes o baraja no fueron siempre vistos desde esta perspectiva. Muy al contrario, durante siglos fueron perseguidos y tratados como una fuente de vagancia y deshonestidad. Sin embargo, fue uno de los primeros aportes recreativos que trajeron los españoles a territorio americano en el siglo XVI.

 

Los naipes ayudaron a los marinos y otros pasajeros de las lentas embarcaciones de aquella época a atenuar el tiempo de traslado que se prolongaba durante meses. Tras la Conquista, el juego se popularizó rápidamente entre los pobladores de la Nueva España, a tal grado que se podía ver a altos funcionarios e indígenas con cartas en la mano, desde las elaboradas en imprentas europeas hasta las improvisadas con cueros o cortezas de árboles.

 

La Iglesia católica fue la primera institución en desaprobar la desmedida fama de la baraja en 1525, apenas cuatro años después de la caída de Tenochtitlan. Sus alegatos fueron contra el derroche de tiempo gastado en ella, las apuestas que dejaban a más de uno en la miseria y los grandes pleitos que culminaban en golpes tras una mala partida.

 

Con todo, el juego continuó. La Corona tuvo que intervenir e intentó con varias legislaciones limitar la práctica de los tahúres. Tras corroborar que era imposible erradicarla, decidió reservar a su favor la creación y venta de los naipes, para sacar provecho económico. Esto propició la aparición del contrabando y la creación de diversas barajas fuera de la ley, así como juegos clandestinos donde se apostaban sumas elevadas de dinero.

 

Fue grande la perseverancia de los virreyes en lo que respecta a la legislación de los naipes y los juegos de azar en general. Los bandos contra ellos eran continuamente difundidos y las penas por practicarlos llegaron a ser de pagar mil pesos oro hasta el destierro perpetuo o presidio. Aun así, la corrupción y lo difícil que era demostrar la participación en dichos juegos hicieron bastante problemática la aplicación rigurosa de la ley.

 

La guerra de insurgencia propició aún más la baraja, pues entre las tropas en combate se solía jugar y apostar. Los regímenes instaurados tras la independencia continuaron explotando la renta de naipes. Más tarde, en el Porfiriato se reglamentó la existencia de casas de juego. Y durante el siglo XX la sociedad lo adoptó como un pasatiempo cotidiano e incluso familiar, aceptando que, más allá de los sitios de apuestas, tal juego implica cierto grado de habilidad.

 

El naipe no tiene la culpa de su “mal uso”. Y sí: puede considerarse un deporte.

 

 

La nota breve "Naipes en Nueva España" del autor Gerardo Díaz se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.