Muere Porfirio Díaz

2 de julio de 1915
Luis Arturo Salmerón

Ese día murió en París el general Porfirio Díaz, lejos del país cuyo destino dirigió por más de treinta años. Don Porfirio, que dio su nombre a una época de nuestra historia, nació en Oaxaca en 1830 en una humilde familia mixteca. Pudo ingresar al seminario, el cual abandonó para sumarse a las filas del liberalismo, donde no destacaría como político o ideólogo, sino como soldado; fue uno más de esos militares improvisados que entre 1854 y 1867 rechazaron la invasión de un poderoso ejército extranjero y destruyeron al ejército profesional mexicano, que estaba al servicio de los conservadores y de sus propios fueros.

Díaz empezó su carrera militar como humilde capitán de voluntarios y la terminó como general de división, reconocido como el mayor caudillo de los ejércitos de la República, sólo por debajo de Mariano Escobedo. Como todos los caudillos liberales que aprendieron el arte de la guerra sobre la marcha, conoció derrotas y prisiones, pero también estuvo presente en Puebla aquel inolvidable 5 de mayo de 1862, y en 1866 y 1867 mandó al Ejército de Oriente en una serie de victorias que le dieron enorme y merecida fama.

Entonces esperó impaciente. Se retiró de la vida pública mientras Benito Juárez terminaba su mandato, pero como su paisano buscó la reelección, se opuso en la lucha electoral y luego se levantó en armas. Juárez murió, Díaz se hizo elegir diputado y en 1876 volvió a rebelarse contra otra reelección, ahora de Sebastián Lerdo de Tejada. Esta vez tuvo éxito y en 1876 ocupó la silla presidencial. De 1880 a 1884 le permitió gobernar a su compadre Manuel González, pero luego regresó al poder para no levantarse de la silla hasta 1911, obligado por la fuerza de las armas.

El balance del Porfiriato es múltiple, rico y contradictorio: por un lado, el país encontró la anhelada paz interna luego de casi setenta años de guerras civiles y extranjeras, se modernizó la planta productiva e impulsó el desarrollo económico; pero a costa del sufrimiento de la gran masa del pueblo y de la cancelación de las libertades públicas, porque el joven héroe nacional que en 1876 tomó el poder no tardó en convertirse en un férreo dictador.

Su dictadura, que en un principio fue vista como necesaria en aras del lema de su gobierno (“orden y progreso”), lo fue siendo cada vez menos conforme la sociedad mexicana maduraba. Finalmente, cuando estaba convertido en un tirano decrépito, una nueva generación de mexicanos buscó en aquella Carta Magna de 1857 –cuyos postulados habían sido conculcados por Díaz para todo efecto práctico– los recursos para acabar con la dictadura. Pero el gobierno porfirista no les dejó más camino que el de las armas… y a las armas recurrieron en 1910.

Un último servicio le hizo don Porfirio a la nación: cuando la creciente fuerza de la rebelión le hizo comprender, a él que tanta experiencia militar tenía, que el fin de su gobierno era inevitable, no se aferró al cargo, sino que lo entregó tras firmar unos acuerdos con los jefes de la rebelión. Dejó el poder en mayo de 1911 y se exilió en París, donde cuatro años después murió con serenidad y sin sobresaltos. Sus restos reposan con sueño intranquilo en un cementerio de Francia, a la espera de descansar en paz en el suelo de su patria.

 

“Muere Porfirio Díaz” del autor Luis Arturo Salmerón y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 59.