Los cancioneros del ayer

Pablo Dueñas

Con sentida nostalgia, Dueñas nos habla de aquellos años en los que estos impresos eran la mejor forma de propagar la música popular. Una tradición que abarca desde el último tercio del siglo XIX hasta la segunda mitad del XX.

 

La historia cantante

Los cancioneros alcanzaron gran popularidad en la época del presidente Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876). En ese tiempo circulaban canciones impresas en hojas sueltas, en pequeños cuadernos o en publicaciones de tinte político; éste fue el caso de La Historia Cantante, revista satírica publicada durante 1878 que criticaba abiertamente a Lerdo de Tejada, al general Porfirio Díaz y a otros políticos en turno. Su fórmula era muy interesante, ya que los editores alteraban la letra original de canciones populares (valses, habaneras, arias de zarzuela y mazurcas) para crear versos humorísticos y de crítica mordaz, junto con otras piezas de corte romántico. En todos los casos, se indicaba con qué música debían cantarse las letras.

A pesar de que mucha gente no sabía leer ni escribir, los editores se daban sus mañas para crear publicaciones atractivas y con numerosas ilustraciones. Esto dio como resultado que para finales del siglo XIX los cancioneros significaran una magnífica fuente de ingresos para la industria editorial. Como prueba de ello están los numerosos grabados que realizó José Guadalupe Posada para los cuadernillos editados por Antonio Vanegas Arroyo, los cuales incluían letras de canciones muy famosas en su tiempo. Las ilustraciones de Posada resultaban un atractivo complemento para las letras de aquellas tonadas y corridos que se cantaban en todo el país.

Dichos cancioneros fueron el punto de partida para el trabajo discográfico que desarrollaron los legendarios duetos de Abrego y Picazo, y Rosales y Robinsón, quienes llevaron al surco fonográfico muchas de las canciones contenidas en sus páginas. Este material sonoro se grabó en México de 1902 a 1910, cuando las empresas Columbia, Edison y Victor establecieron temporalmente sus equipos de grabación en nuestro país.

Al poco tiempo sobrevino el auge de la industria fonográfica, por lo que la difusión de la música comenzó a darse por medio de discos y cilindros, que lógicamente le ganaron terreno a los cancioneros impresos, ya que para la gente era más cómodo y agradable escuchar en casa la música favorita; sólo había que darle cuerda al fonógrafo de enorme bocina en forma de alcatraz que se compraba en cómodas mensualidades. A las dos o tres tocadas, las canciones quedaban impresas en la memoria.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Los cancioneros del ayer” del autor Pablo Dueñas y se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, núm. 70.