Leona Vicario IV

Celia del Palacio Montiel

Quintana Roo se enteró de las vejaciones que había sufrido su mujer y envió su rendición y la promesa de dar todo tipo de información, a cambio de que respetaran a Leona.

 

El Congreso tuvo que salir de Chilpancingo perseguido por el ejército realista, en enero de 1814 e inició una penosa marcha a través de la tierra caliente, estableciéndose precariamente en uno u otro lugar. En Apatzingán, el 22 de octubre de ese mismo año, firmaron por fin el decreto constitucional que los diputados habían redactado a marchas forzadas, entre mosquitos y alimañas, perseguidos por la malaria y la fiebre en su recorrido.

Los diputados ya habían comenzado a tener diferencias entre ellos, así como con Morelos, y para el 5 de noviembre de 1815, cuando el generalísimo fue capturado, el ya fragmentado Congreso se deshizo. Una parte de ellos emprendió el camino a Tehuacán y los demás siguieron vagando por las sierras. Leona y Andrés no siguieron a los diputados a Tehuacán. Más cercanos al general López Rayón, que había desconocido completamente a lo que quedaba del Congreso, lo acompañaron en su guerra de guerrillas por los precipicios de Tierra Caliente. Leona dio muestra sobrada de su valor y entereza al rechazar los indultos enviados por el virrey a lo largo de los años.

Las sucesivas derrotas de las fuerzas insurgentes dispersaron a los sobrevivientes en pequeños grupos que se vieron obligados a moverse continuamente por el territorio para escapar a la intensa persecución. En medio de estas marchas, amenazada por las tropas realistas, el hambre y las enfermedades, en enero de 1817 Leona dio a luz a su hija Genoveva, en una cueva cerca de Achipixtla en el ahora Estado de México. Con la niña en un huacal, llegaron Leona y Andrés a Tlatlaya donde la bautizaron, teniendo a Ignacio López Rayón como padrino. La pequeña familia pronto se vio forzada a huir. Acorralados, tuvieron que ocultarse de nuevo, esta vez en una pequeña ranchería al borde de una barranca: Tlacocuspa, en la sierra de Tlatlaya. Un año vivieron ahí, hasta que un ex insurgente, Vicente Bargas, denunció su paradero y fue tras ellos.

Al verse amenazados, sabiendo que, de aprehenderlos sin haber pedido el indulto, los matarían a todos, el 14 de marzo de 1818, Quintana Roo huyó después de dejar el indulto firmado. Leona y su hija fueron conducidas a pie primero a Tejupilco y luego a Temascaltepec. Quintana Roo se enteró de las vejaciones que había sufrido su mujer y envió su rendición y la promesa de dar todo tipo de información, a cambio de que respetaran a Leona. El comandante de Temascaltepec, Miguel Torres, le pidió entonces presentarse de inmediato y el virrey les concedió el indulto con la condición de que pasaran a disfrutarlo a España.

Llegaron a Toluca y permanecieron ahí, prácticamente en la miseria, porque no tenían los recursos para ir a Cádiz. Tampoco tenían permitido regresar a la Ciudad de México, donde Quintana Roo hubiera podido ingresar al Colegio de Abogados, requisito indispensable para ejercer su profesión. Finalmente, en 1820, el virrey permitió que el matrimonio regresara a la capital, donde rehicieron su vida. En 1821 nació su segunda hija, María Dolores.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Leona Vicario” de la autora Celia del Palacio Montiel. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #32 impresa:

Leona Vicario. Heroína Insurgente. Versión impresa.

 

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