La persecución de Estados Unidos a Pancho Villa. Texto original de John Reed

John Reed

Después del ataque de Pancho Villa y su gente a Columbus, Nuevo México, la prensa de Estados Unidos comentaba el inminente cruce de tropas sobre la frontera sur en busca del revolucionario. El periodista John Reed escribió estas palabras dirigiéndose a los políticos y a los lectores estadunidenses: “Para la infantería, acosada por las bandas guerrilleras, con insuficiente transporte ferroviario, poca agua y nada de comida, yo pensaría que encontrar a Villla sería un tarea imposible de cumplir”. La historia le dio la razón al periodista, las tropas de Pershing, que invadieron México en 1919, nunca encontraron a Pancho Villa. 

 

 

Nosotros los norteamericanos en verdad consideramos inferiores a las razas que no sean la nuestra. Llamamos a los extranjeros bohunks, wops y chinks: greaser es el apelativo común para un mexicano. Cuando pensamos en un mexicano frecuentemente nos lo imaginamos –en son de burla- achaparrado, un pequeño mestizo traicionero, de poco valor, apto para ser pateado en una cuadrilla de trabajadores.

 

La mayoría de la gente se ríe cuando hablan de una “batalla mexicana”, y la describen como dos bandos andrajosos de malos tiradores, que huyen unos de los otros sin haber llegado a hacerse ningún daño.

 

Este es un error muy grave. Los mexicanos son un pueblo primitivo y carecen casi por completo de educación. Poseen rica poesía, música y teatro folclórico, pero no han tenido nunca una forma republicana de gobierno. Y pueden combatir pese a no haber sido entrenados como un ejército moderno.

 

El ejército expedicionario de Estados Unidos no tiene que luchar contra cobardes. Se enfrentará con peones ignorantes, no entrenados en maniobras militares, mal alimentados, mal equipados y armados con docenas de tipos de diferentes rifles que datan de docenas de revoluciones diferentes. Pero son tan buenos tiradores naturales como los mejores del mundo.

 

Están curtidos por cinco años de guerra incesante y abrumadora. Y los dirige Francisco Villa, a quien el general Hugh L. Scott, jefe del Estado Mayor del Ejército Norteamericano, llamó “un gran soldado natural”.

 

Durante todo el año y medio que estuve en Europa tras los ejércitos beligerantes de cada país, excepto Austria, no vi n unca hombre más valientes que los mexicanos. En Gómez Palacio presencié cómo soldados harapientos y descalzos atacaban siete veces a una colonia de 300 pies de altura, enfrentándose a la artillery enemiga. Los vi avanzar por una calle de frente a un muro coronado por cinco ametralladoras que escupían muerte roja, llevando sólo bombas hechas con cartuchos de dinamita amarradas con piel de oveja, listas para encender con los cigarros que tenían en los labios y lanzarlas por encima del muro. Lo intentaron ocho veces y ocho veces fueron prácticamente aniquilados, de tal modo que al día siguiente, cuando me dirigí al pueblo, la calle estaba tan llena de muerto –había centenares- que no pude abrirme paso. Se habían arrojado a la batalla riendo, bromeando u corriendo, como chiquillos.

 

En La cadena vi cómo un hombre, al que le habían perforado dos veces los pulmones, a caballo tambaléandose se dirigía al corazón del tiroteo. Y esa fue la pelean en que 25 hombres de 100 –la mitad de ellos oficiales- hicieron frente a 1,200 “colorados” cubriendo la retirada de los demás. Murieron, por supuesto.

 

Aunque los mexicanos luchaban entre sí, yo creo que se unirán ante el invasor, especialmente si es norteamericano. ¿Por qué odian a los gringos? Yo lo diré.

 

Nos odian porque cuando llegan a nuestro país les pegamos, les hacemos morir de hambre y los asesinamos. En el suroeste cada año se matan a muchos mexicanos como a perros, porque el estadunidense de esa región los considera como animales.

 

Nos odian porque todos los años se organizan partidas de caza del otro lado de la frontera, para hacer prácticas de tiro usando a los mexicanos como blanco. Y nos odian finalmente porque las compañías mineras y petroleras norteamericanas han establecido la esclavitud en México, tratándolos peor de lo que haría un explotador de su propia raza. De tal modo que creo que ante nuestras tropas todo mexicano –hombre, mujer y niño- se convertiría en un guerrillero de Villa.

 

El estado de Chihuahua, donde Villa se oculta, es una gran planicie árida que se eleva hacia las montañas del oeste. Allí, en sus antiguos escondites, donde desempeñó el papel de un “Robin Hood” mexicano ante los miles de campesinos pobres que lo adoran, y donde durante 22 años eludió todos los esfuerzos de los espléndidos destacamentos policiales del presidente Díaz, los “rurales”, Villa probablemente se encuentr retirado.

 

Dos líneas de ferrocarriles van hacia el sur desde El Paso; una se desplaza desde Casas Grandes hacia el oeste, donde se inform que está hoy Villa, y la otra, que es la central, va directamente al sur, hacia Chihuahua. Las dos facciones revolucionarias han volado ambas vías una y otra vez. Casi todo el material rodante está destruido. A lo largo de la vía central, en las 500 millas que unen El Paso con Chihuahua, sólo hay siete u ocho estaciones.

 

Las Colinas junto a las vías férreas les permiten a las pequeñas bandas bajar de las montañas y acercarse a cortar esas líneas casi en cualquier punto, a menos que la zona se encuentre absolutamente patrullada.

 

El agua escasea y los manantiales están muy alejados unos de otros. No queda prácticamente nada de las grandes vacadas que acostumbraban pastar allí. No hay siembras y no las ha habido durante cautro años. Parral, el lugar al que las tropas nortamericanas fueron enviadas, es el corazón del territorio de Villa, y uno de los puntos de México donde la tradición maderista es más fuerte. 

 

 

Esta publicación sólo es un extracto del texto "La persecución de Villa" del periodista nortamericano Jonh Reed, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 16