Juliancillo y Melchorejo, los primeros traductores indígenas

Daniel Díaz

Los primeros traductores indígenas y sus viajes con Hernández de Córdoba, Grijalva y Cortés.

 

 

Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió en 1514 una carta a Fernando el Católico, rey de España, para comunicarle que habían sido vistos unos indígenas distintos a los de la isla que él mandaba, quienes decían que venían de “otras islas que están más abaxo que la de Cuba”, a cinco o seis días de navegación hacia el norte. No se sabe quiénes eran y tampoco existe otra mención en las fuentes acerca de lo que afirmaba. De acuerdo con estudios de la arqueóloga María Eugenia Romero, los mayas tenían canoas lo suficientemente grandes y adaptadas para navegar a remo, en altamar y con capacidad para llevar carga. Quizá fueron ellos los navegantes y probablemente hicieron el viaje para cerciorarse quiénes eran y qué hacían los nuevos habitantes de Cuba.

 

La mayoría de los nativos cubanos habían muerto por las duras condiciones de vida a que los sometieron los españoles. Además, en la isla caribeña se implantó el sistema de encomienda y reparto de los locales con el fin de que trabajaran la tierra para los europeos que, ante la escasez de mano de obra, organizaban expediciones a las islas vecinas, capturaban a sus habitantes y los llevaban como prisioneros al declararlos “indios de guerra”, una vieja estrategia justificada por la idea de una guerra justa con la cual podían esclavizarlos y venderlos. Ésta fue una de las causas por las que se decidió organizar viajes de exploración hacia el lugar a “cinco o seis días de navegación”. A esa distancia, al oeste, estaba la isla de Cozumel (hoy parte de Quintana Roo).

 

Había ansias de conocer nuevas tierras y aún se creía que en esta zona existía una conexión muy cercana con los mares que llegaban a China. El afán de dominarlas para obtener fama y fortuna, como era costumbre en esa época, hizo que en 1517 se organizara en Cuba una expedición que quedó a cargo de Francisco Hernández de Córdoba, un soldado que se decía era pariente del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, un héroe español de las guerras en Italia e ícono para los soldados que se volvieron conquistadores. Los buques llevaban comida sólo para los cinco o seis días que, se suponía, duraría la travesía a tierra firme.

 

Después de seis días de navegación vieron Isla Mujeres y más tarde los mayas fueron a su encuentro en grandes canoas; estaban vestidos con ropa de algodón, peinados como guerreros, cabellos largos que salían de la parte alta de la cabeza y atados con una cinta, pintura corporal roja, tatuajes en cara y manos, además de orejeras. Los europeos se dieron cuenta de que eran miembros de pueblos muy distintos a los que ya conocían. Sin temor, los mayas subieron a las embarcaciones de aquellos, quienes les dieron cuentas de vidrio de colores azul y verde, vino, entre otras cosas.

 

Luego de este primer encuentro, los europeos se dirigieron a cabo Catoche (en la punta occidental de la península de Yucatán), en donde el jefe maya los invitó a desembarcar. Por sugerencia de sus hombres, Hernández de Córdoba bajó e hizo que los funcionarios que acompañaban la expedición leyeran el requerimiento, una formalidad legal que hacían para tomar posesión del pueblo que creían menos civilizado que ellos y, por tanto, susceptible de ser sojuzgado. Luego llegaron a una ciudad que tenía plataformas piramidales y edificios construidos con piedra; posiblemente era Ecab, a la que llamaron el Gran Cairo.

 

Los mayas atendieron cortésmente a los 110 españoles que formaban la tripulación de Hernández de Córdoba; sin embargo, alimentarlos por varios días era tarea difícil, por lo que se les ordenó embarcar. Los europeos llevaron consigo pequeños objetos de oro, vasijas y figurillas de cerámica. No se sabe con seguridad si los nativos se los dieron como regalo o si los robaron. Además, se llevaron a dos mayas en calidad de prisioneros que luego bautizaron como Julián y Melchor, o Juliancillo y Melchorejo.

 

Llevar consigo a estos dos mayas era parte de su plan expedicionario, pues los convertirían en sus traductores. Contar con intérpretes de calidad era parte de una tradición que había en España y de la cual se hacía alarde. Sin embargo, Melchorejo era pescador y el vocabulario de su lengua madre era limitado. Por su parte, Juliancillo se deprimió cuando se vio lejos de su pueblo.

 

Luego de abandonar la ciudad, los expedicionarios continuaron navegando hasta que llegaron a otro pueblo, Champotón, en donde los mayas les hicieron la guerra; mataron a varios de los hombres e hirieron a Hernández de Córdoba. Después de este combate regresaron a Cuba.

 

Cortés y los traductores

 

La expedición de Hernán Cortés, quien zarpó de Cuba a la península de Yucatán en febrero de 1519, estuvo compuesta por los hombres sobrevivientes de las que le habían antecedido. El capitán pagó a las personas de mar y proveyó los alimentos, aunque sólo estaban calculados para siete días. Como las otras expediciones, también llegó a la isla de Cozumel.

 

Y si hay alguna diferencia entre las tres, es que la dirigida por Cortés venía armada para hacer la guerra; los tiros o cañones, los caballos y el armamento así lo confirman. Los hombres de guerra, que no eran sobrevivientes de las expediciones anteriores, fueron llamados mediante pregón en la isla de Cuba y ninguno de ellos era delincuente. Algunos eran de la pequeña nobleza, pero pobres, y no habían participado en combates importantes.

 

La expedición llegó al santuario de Ix Chel y ahí encontraron a la mujer de un jefe indígena a quien Cortés, por medio de la traducción de Melchorejo –que no era muy satisfactoria–, pidió que llamara a sus parientes. Derribaron las figuras de las deidades que había en el lugar y colocaron una cruz.

 

En Cozumel, los mayas informaron a Cortés que un gobernante suyo tenía como cautivos a unos españoles. El capitán decidió buscar a estos últimos, pues le servirían como traductores y entonces podría prescindir de Juliancillo y Melchorejo. Luego, cuando iba a partir, llegaron en unas canoas unos hombres vestidos como mayas. Uno de ellos era fray Jerónimo de Aguilar, quien dijo a Cortés que había naufragado junto con otros españoles y que sólo sobrevivieron él y Gonzalo Guerrero, un marinero de Niebla, pueblo cercano al puerto de Tres Palos, España. Guerrero se había casado con una noble maya y al parecer tenía tatuada la cara y manos, así como la ternilla de la nariz perforada, por donde pasaba una nariguera, símbolo de que ya era un noble del lugar; además, no quiso reunirse con sus paisanos, pues tenía hijos en su nueva tierra.

 

La expedición continuó. Llegó al hoy llamado río Grijalva y luego a Champotón, el lugar donde los mayas chontales habían dado batalla a Hernández de Córdoba. Los indígenas no recibieron bien a Cortés, quien lo supo por Aguilar, que ya hablaba la variante de la lengua local.

 

Los mayas dieron comida a los españoles, lo que restauró su condición, pues sólo llevaban comida para el tiempo que duró la travesía de Cuba a Cozumel. Luego les pidieron que se marcharan. Cortés dijo que entraría de todas maneras al pueblo maya. Se trabó combate y, aunque fueron heridos y hubo muertos, los españoles ganaron esa pelea.

 

En esos momentos, Melchorejo huyó y no se sabe si pudo llegar al pueblo donde la habían capturado. Por otra parte, Bernal Díaz del Castillo afirmó que Juliancillo, el otro maya que estaba con los españoles desde la expedición de Hernández de Córdoba, no los acompañaba porque ya había muerto.

 

 

Éste sólo es un fragmento del artículo "Juliancillo y Melchorejo" del autor Daniel Díaz, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 103