Héctor Espino

El gigante de Chihuahua
Jaime Bali Wuest

El nativo de Chihua­hua deslumbró desde su llegada a la Liga Mexicana en la campaña de 1962, ayudando a los Sultanes de Monterrey en la conquista del campeonato.

Su enorme desempeño mereció el reconocimiento como el mejor novato de la campaña. En 1964 tuvo una actuación monumental al conectar 46 cuadrangulares, para implantar una marca. Y era sólo el principio: su nombre alcanzaría una brillantez que lo convertiría en el máximo ídolo de la pelota mexicana.

Su consistencia, poderío y su oportunismo con el bat, lo llevaron por los senderos de bonanza del béisbol mexicano, al imprimirle una intensidad inusitada y tonalidades nunca vistas en los estadios. Basta pensar que el gigante Babe Ruth alcanzó 714 vuelacercas a lo largo de su carrera, en tanto que el bambino de Chihuahua conectó ¡783 cuadrangulares! durante sus campañas en la ligas profesionales.

Sus descomunales batazos le crearon la aureola de “Supermán del bateo”, labrando desde ahí el pedestal en donde descansa como el mejor bateador mexicano de todos los tiempos.

Su inmenso potencial se puso de manifiesto desde su debut como profesional en 1959, con los Dorados de Chihuahua, bajo la conducción del inolvidable Memo Garibay; y en la primera temporada en el circuito invernal de 1961, obtuvo los títulos de bateo, de imparables, de carreras anotadas y cuadrangulares, sentando un gran precedente. Espino dejó cifras de verdadera antología durante su trayectoria en esta liga tan importante. Sus 13 títulos de bateo son una marca que luce insuperable y que tal vez nunca será derrumbada.

Por si eso fuera poco, el ídolo de Chihuahua se encargó de poner en alto el nombre de México con su soberbia actuación en la Serie del Caribe de 1976, ayudando a los Naranjeros de Hermosillo a ganar el cetro, en el evento celebrado en República Dominicana.

En 1988 fue inmortalizado, por designación directa, al Salón de la Fama del Béisbol Profesional de México, y su estatua recibe sonriente a los visitantes del museo. Otra estatua, con la carabina al hombro, se alzó en su natal Chihuahua, y el Estadio de los Naranjeros de Hermosillo, Sonora, lleva su nombre.

Héctor Espino quedó inscrito en la historia como el más grande del béisbol nacional, y así lo recuerdan los aficionados del Rey de los Deportes.

 

“Héctor Espino” del autor Jaime Bali Wuest y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 7.

 

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