Hacia la pluralidad religiosa

La relación política de Porfirio Díaz con las Iglesias
Débora R. Sánchez Guajardo

General Porfirio Díaz. Ese personaje de nuestra historia nacional que ha dado tanto de qué hablar. El caso de la religión durante su gobierno no es la excepción.

Y es que si bien con el Plan de Tuxtepec, que lo llevaría al poder a finales de 1876, el mandatario de origen oaxaqueño reconoció como norma suprema la Constitución de 1857 y las leyes de Reforma, no fue tan férreo como el anterior presidente, Sebastián Lerdo de Tejada, al momento de hacerla valer en materia de cultos.

 

Desierto religioso

Por supuesto, la situación del territorio y su población tuvo cambios notorious durante el Porfiriato. Pero el caso de la frontera norte resulta interesante; por ejemplo, una ciudad hoy tan icónica como Tijuana no se fundó sino hasta 1889. Esa región, tan alejada del centro del país, tenía escasos habitantes y por ello en aquellos años no era atractivo invertir en los esfuerzos de evangelización, ya fueran católicos o protestantes. ¿Para qué sortear todas las vicisitudes de ir hasta allá si había tan poca gente?

En 1885 los habitantes de los estados fronterizos sumaban apenas 952,000 de los 10.9 millones de la población total del país. Ya para 1910 llegaban a los 1.7 millones, que si bien seguía siendo un porcentaje pequeño con respecto a los 15.1 millones de mexicanos, al menos ya eran un grupo más grande.

Podemos decir que el norte era como un desierto en cuestión religiosa, pues en 1878 se registraron sólo 76 templos católicos y 4 protestantes. Estas cifras, para ambos casos, aumentaron mucho hacia el final del largo periodo de gobierno de Díaz: en 1910 había 637 templos católicos y 70 protestantes.

 

Bonanza para la religión

Si bien Porfirio Díaz como presidente y miembro del partido liberal otorgó garantías a las sociedades protestantes, que aprovecharon el crecimiento y estabilidad del país para asentarse en México y fundar sus comunidades, es justo decir que, si ellos en este periodo se afianzaron en el territorio nacional, la Iglesia católica se volvió a fortalecer y aseguró su posición hegemónica en el país.

A la sazón, ambos crecieron como parte del desarrollo social del país, no por favores presidenciales o por puros méritos propios. Por ello, más que hablar de si Díaz continuó con una tiránica línea liberal para favorecer a las comunidades protestantes, o si por haberse hecho de la vista gorda el clero católico volvió a establecer su hegemonía, hay que reconocer que él fue quien impulsó la pluralidad religiosa en México.

 

Esta publicación es sólo un resumen del artículo “Hacia la pluralidad religiosa”, de la autora Débora R. Sánchez Guajardo, que se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 97.