El final del Jefe Máximo

Pablo Serrano Álvarez

Cuando murió el general Plutarco Elías Calles, en 1945, no hubo ni un obituario, ni una columna periodística; sólo la severa cobertura del deceso y el sepelio. El caudillo, que había sido uno de los protagonistas del periodo posrevolucionario, no mereció el homenaje reservado para los jefes de Estado.

 

Entre el júbilo por el reciente fin de la Segunda Guerra Mundial y la efervescencia desatada a propósito de la próxima sucesión presidencial en México, la noticia de la muerte de Plutarco Elías Calles, ocurrida el 19 de octubre de 1945, apareció como una más en la prensa de la época. Opacada por el peso de los grandes acontecimientos mundiales y nacionales, la partida de Calles ocurrió después de diez años de haber dejado de ser el hombre fuerte en la política nacional, el Jefe Máximo de la Revolución. Para entonces no era más, aunque tampoco menos, que un expresidente.

Una década atrás, en 1935, Lázaro Cárdenas, entonces jefe del Ejecutivo, lo había despojado del poder informal que ejercía sobre la política del país. Unos meses antes de eso, Calles había mostrado malestares vinculados con la vesícula que lo llevaron a trasladarse a Los Ángeles, California, donde fue intervenido quirúrgicamente. De vuelta en el país encontró a un presidente de la República fortalecido que, tras reducirlo en la arena política, lo envió al exilio en abril de 1936. [1]

 

Repatriado y enfermo

Plutarco Elías Calles permaneció en Estados Unidos hasta marzo de 1941, cuando el entonces presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) lo invitó a regresar a México. Una vez repatriado, mantuvo una posición discreta. La última vez que apareció en público fue el 15 de septiembre de 1942, el Día del Acercamiento Nacional, cuando a iniciativa del mandatario y para dar muestra de la unidad revolucionaria, fueron congregados en Palacio Nacional los expresidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez, Adolfo de la Huerta, Calles y Lázaro Cárdenas, entonces secretario de la Defensa Nacional y quien en aquellos años seguía conservando una fuerte presencia política.

Alejado de la vida pública y con la salud quebrantada, Calles pasó sus últimos años en su quinta Las Palmas, en Cuernavaca. Luego, a mediados de 1945 aparecieron nuevas dolencias en el hígado. Pasó mal su cumpleaños 68 (el 25 de septiembre), entre recomendaciones de trasladarse a Estados Unidos para ser atendido y preparándose para una nueva intervención quirúrgica, dictaminada por su médico de cabecera.

A principios de octubre fue internado en el sanatorio Lady Cowdray, en la Ciudad de México, donde fue operado de las “vías biliares ” por el doctor Abraham Ayala González. Su recuperación se mostraba franca. La tarde del 18 de ese mes todavía recibió visitas en el cuarto 32 del hospital, aunque a contraindicación de su médico. Mantuvo animadas pláticas sobre política internacional con sus amigos, entre ellos Aarón Sáenz.

Pero al amanecer del viernes 19 se presentó inesperadamente una hemorragia masiva, atribuida a la lesión de una arteria. La prensa habló de un “colapso cardiaco”. A partir de ese evento entró en rápida agonía y le fue aplicada toda la sabiduría médica de su momento: más de cuarenta inyecciones, cinco transfusiones de sangre, aplicación de sueros...

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “El final del Jefe Máximo” del autor Pablo Serrano Álvarez y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 92 

 

[1] Ver: Pablo Serrano Álvarez, "El fin del Maximato y la consolidación del presidencialismo mexicano", Relatos e Historias en México, núm. 89, ene/2016.