El Califa de León

Jaime Bali Wuest

En el mundo de los toros, de la fiesta brava traída a México en fechas tempranas, apenas unos años después de la caída de Tenochtitlan, hay innumerables historias que contar, historias que circulan entre los amantes de esta fiesta y que han dado pie a una extensa bibliografía. La influencia de la fiesta brava en México ha tenido en plazas y cortijos momentos extraordinarios que trascienden los cosos taurinos tal como lo relata Nicolás Rangel en su obra Historia del Toreo en México: época colonial (1529-1821).

 

Sin duda la memoria taurina da para mucho y seguramente tendremos oportunidad de tener en estas páginas algún ensayo que explique el origen y significado de la fiesta, y sus momentos cumbres en México. Rechazada por algunos, la fiesta sigue teniendo adeptos y en ocasiones, cuando el cartel lo amerita, las plazas se llenan, aunque muchos sostienen que en esto de los toros faltan figuras y, claro, hay quien se va a los extremos y cuando se le interroga al respecto no duda en contestar que ya no hay toreros y menos como aquellos que forman parte de la leyenda.

Uno de ellos fue sin duda Rodolfo Gaona, conocido después como El Califa de León. Nacido en la ciudad de León, Guanajuato, en 1888, Gaona se interesó por la fiesta desde muy pequeño; al mismo tiempo que aprendía el oficio de zapatero, se acercó con curiosidad a la fiesta taurina y entre juego y juego terminó por entrar al mundo de las plazas cuando fue descubierto por Saturnino Frutos Ojitos, tal como lo asegura Guillermo Ernesto Padilla en su obra El Maestro de Gaona. Ese encuentro fue providencial, los conocimientos del maestro y la calidad y temple de Gaona lo llevaron a triunfar en España. Muy pronto El Califa de León sería reconocido como uno de los mejores toreros mexicanos de todos los tiempos.

Debutó en México en 1905, recibió la alternativa en Tetuán de las Victorias, Madrid, un 31 de mayo de 1908; el 8 de ese mismo mes triunfó en Madrid en la Plaza de San Fermín.

Gaona alcanzó la talla de toreros como Joselito y Belmonte con quienes rivalizó en los ruedos. Las plazas de toros de España, México y Sudamérica lo vieron triunfar y los públicos disfrutaron de la elegancia de su toreo aprendido a pulso en su tierra natal.

Se retiró como los grandes el 12 de abril de 1925, ese día los aficionados lo vieron entrar al ruedo y brindar una magnífica e inolvidable faena. Su figura se eternizó y ahí está, para la posteridad, el dibujo de su lance en la arena conocido como la gaonera.

 

“El Califa de León” del autor Jaime Bali Wuest y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 3.

 

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