Cuando el excéntrico Dr. Atl se enfrentó a su viejo amigo, el Popo

Eugenia Pérez Olmos

En marzo de 1921 los habitantes de la ciudad de México siguieron expectantes las primeras planas del Excélsior: el extravagante pintor Dr. Atl organizó un ascenso al Popocatépetl para demostrar que Don Goyo no era peligroso, pero esa aventura terminó en tragedia.

 

Cuando el pintor Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, leyó la primera plana del periódico Excélsior del sábado 5 de marzo de 1921, no daba crédito a lo que ahí se decía: una nota narraba la excursión a la cima del volcán Popocatépetl organizada por el Colegio de Ingenieros y liderada por el arquitecto Víctor Stampa, quien en tono catastrofista declaró que el volcán se hallaba en vísperas de “vomitar el fuego que anida en sus entrañas” y, como consecuencia de ello, “desaparecerían todos los pueblos y rancherías de la falda y sus alrededores, así como también tocaría a la ciudad de Puebla sufrir las consecuencias de esa manifestación de cólera plutónica”.

Igualmente narró que el grupo no pudo dormir la noche anterior al ascenso porque había demasiados coyotes aullando alrededor de su campamento. Fue tanta su desesperación que decidieron darles caza sin ningún éxito. Luego, al llegar al cráter, Stampa se percató de que éste se encontraba a sólo cincuenta metros de la superficie, lo cual contrastaba con los reportes del científico alemán Pablo Witz, quien había ascendido a la cima hacía cuatro meses y apuntó que el tapón de dicha abertura volcánica tenía quinientos metros de profundidad.

Fue tal la impresión de ver el volcán en actividad que Stampa y sus compañeros “no pensaban moverse de la ciudad de México para así poder contemplar el espectáculo desde alguna cómoda terraza de la capital”.

El Popo calumniado

De acuerdo con Excélsior, fue tal el enojo del Dr. Atl al sentir que su amigo el Popo había sido “calumniado” que llamó de inmediato a la redacción del periódico para hacer una aclaración sobre la verdadera situación del volcán. Para marzo de 1921 nuestro personaje tenía 45 años de edad y una reconocida carrera como pintor-vulcanólogo, aunque también fama de “artista extravagante”. Aparte, su conocimiento sobre el Popocatépetl era innegable, pues durante dos años vivió en sus faldas, desde donde dedicó largas horas a contemplarlo y pintarlo; además, realizó excursiones dentro del cráter, las cuales aún hoy son utilizadas como referencia por los geólogos especializados en dicho volcán.

El reportero –desafortunadamente no sabemos su nombre porque el texto no tiene firma–, acudió presuroso a entrevistar a Gerardo Murillo, quien habitaba en el último piso del Ex Convento de la Merced. En la crónica del encuentro no ahorra en poesía para explicar la indignación del pintor ante lo dicho por Stampa:

"El Dr. Atl habitó de día y de noche sobre el helado dorso del Popo, llevando vida de esquimal, soportando nevascas y turbonadas y sorprendiendo con su paleta en la mano a todos los secretos maravillosos de cada celaje, de cada bruma, de cada avalancha de nubes negras y tempestuosas, preñadas de rayos; de cada crepúsculo, y de ahí el enojo del Dr. Atl que ha saltado al fin, poseído de santa ira, en defensa de su viejo amigo al que a su juicio, calumnian, deturpan y colman de injurias, so pretexto de que a últimas fechas ha dado muestras de que en el fondo de su mole anida aún un resto de fuego senil, inofensivo y manso, como suele ser la pasión en los viejos nobles y generosos."

Lo que no sabían es que, según los registros y después de más de doscientos años, el Popo efectivamente había tenido un alza significativa en su actividad volcánica, la cual duraría, de manera aproximada y con altibajos, hasta 1925.

De pintor a guía de turistas

Lo primero que le dijo el Dr. Atl al reportero es que “no era serio, ni prudente, ni honrado inculcar en el ánimo del público la idea de que nos hallamos al borde de una catástrofe sin precedente en la historia”.

—¿De manera que usted cree doctor…?
—No me interrogue usted. No lo necesito. Por mucho que
tenga usted que preguntarme, más será lo que yo tenga
que decir, así que limítese a oír y anotar —contestó el enfurecido Dr. Atl.

Comenzó por denostar a los científicos e ilustres viajeros que pasan su vida detrás de los pupitres y que cuando suben al Popocatépetl sienten que es el “gran acontecimiento digno de una hazaña de héroes y bajan hablando de espectáculos infernales de mucho humo y del pánico que les han producido los coyotes”, en referencia al arquitecto Stampa. Ya más tranquilo, el Dr. Atl hizo una invitación pública para realizar una expedición formal al Popocatépetl en la que participen geólogos, ingenieros y reporteros, pero con él a la cabeza, y así comprobar que no regresen a “contar fantásticas novelas”.

Sin más, propuso a Excélsior para que patrocinara la expedición. La nota causó un gran impacto y al siguiente día la redacción del periódico se llenaba de llamadas telefónicas para manifestar su deseo de participar. La primera oferta formal llegó de parte de un grupo de periodistas y científicos poblanos que proponían la Semana Santa (23 al 28 de marzo) para realizar la excursión.

El Dr. Atl se entusiasmó ante la respuesta y estuvo de acuerdo con las fechas. Se determinó que sólo se recibirían sesenta solicitudes y que el costo sería de veinticinco pesos para cubrir los gastos del Hotel Central Amecameca, las cabalgaduras y la alimentación. En cuestión de días organizó la excursión e incluso pidió a sus amigos, ubicados en las cercanías del volcán, que comenzaran a instalar el cable que habría de servir para el descenso al cráter.

El primer aviso de peligro

La mañana del jueves 24 de marzo, los 74 excursionistas, divididos en cuatro grupos, iniciaron su trayecto hacia Tlamacas, ubicado a veintiocho kilómetros de Amecameca. Después de cuatro horas de recorrer un camino accidentado y arenoso, se pararon a descansar. Al reiniciar la marcha se encontraron con un par de jóvenes que habían comenzado la expedición días antes y quienes, espantados, advirtieron a los excursionistas que esa mañana el Popo había arrojado piedras.

Fue la primera llamada de advertencia. Siguieron su camino hasta llegar a Tlamacas, en donde el panorama era desalentador. Los enviados por el Dr. Atl a colocar cuerdas en el cráter los recibieron con la misma noticia: a las 6:30 a.m. el volcán había “vomitado piedras y cenizas”. De hecho, había dos jóvenes gravemente heridos en una de las chozas.

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "El excéntrico Dr. Atl" de la autora Eugenia Pérez Olmos, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 99: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/99-felipe-angeles-un-extraordin...