General Pedro Ampudia, defensor de Monterrey

Cartografía urbana
Luis Arturo Salmerón Sanginés

Del defensor de la ciudad de Monterrey, Pedro Ampudia, se han dicho muchas cosas: militar indeciso, cruel, traidor a su patria adoptiva, mercenario, chaquetero... Incluso algunos lo ponen como ejemplo de antihéroe. Pero un epíteto que no puede ponérsele es el de cobarde, ya que el general Ampudia participó en todas las guerras que le tocaron en su tiempo y, a diferencia de algunos de sus detractores contemporáneos, siempre estuvo en las primeras filas de combate.

 

Pedro Nolasco Martín José María de la Candelaria Francisco Javier Ampudia y Grimarest nació en La Habana, Cuba, en 1805. Con sólo 16 años llegó a Veracruz como alférez de la infantería española que formaba parte del séquito de Juan O’Donojú, último virrey de Nueva España. Se adhirió al Plan de Iguala de Agustín de Iturbide y entró triunfalmente a la ciudad de México con el Ejército Trigarante.

 

En 1829 defendió a su nueva patria contra el intento de reconquista español comandado por Isidro Barradas. Participó bajo las órdenes de Santa Anna en varias de sus asonadas. Durante la guerra contra los texanos, fue nombrado comandante general de artillería del Ejército del Norte. Con ese cargo participó en la toma de El Álamo, que le valió el ascenso a general de brigada que usara en la tristemente célebre derrota de San Jacinto. También combatió a los separatistas yucatecos y adquirió fama de implacable al decapitar al gobernador de Tabasco, Francisco de Sentmanat, quien se negó a auxiliarlo en su lucha contra los rebeldes.

 

El episodio por el que más se le recuerda es la defensa y capitulación de la ciudad de Monterrey durante la intervención norteamericana. A mediados de septiembre de 1846, ante el inminente avance de las tropas estadunidenses, el general Ampudia recibió la orden de retirarse a Saltillo, pero en un arranque de valor mandó un comunicado a sus jefes: “Los hombres no retrocederán en la cara del enemigo”, y decidió hacerles frente.

 

La ciudad fue defendida palmo a palmo hasta que el general negoció la capitulación en “términos que salvaguardaran el honor de sus soldados”. Su intención era conservar las fuerzas para oponer resistencia en otro momento. Muchos lo acusaron de pactar una deshonrosa capitulación. El caso es que el 25 de septiembre, tras tres días de cerco, la guarnición mexicana salió de la plaza. En su descargo hay que decir que su principal justificación fue cumplida a cabalidad y sus tropas presentaron batalla nuevamente al invasor en La Angostura.

 

Ampudia sobrevivió a la guerra contra los gringos y todavía vivió lo suficiente para enfrentar muchas batallas más. Durante la Guerra de Reforma se unió al bando liberal, aunque en el Segundo Imperio sirvió a Maximiliano. Murió en 1868 a causa de complicaciones en una de las muchas heridas que recibió en combate y que nunca le terminó de sanar.

 

 

Este arrtículo se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 50.