¿Cómo se perdió Texas?

Alejandro Rosas Robles

No hubo desfiles ni grandes recepciones. Las bandas militares ni siquiera se alistaron para dar la bienvenida. A los estadunidenses poco les importó que se llevara a cabo la primera reunión de presidentes en la historia común de México y Estados Unidos, el 4 de enero de 1837. No era para menos. La visita no tenía un carácter del todo oficial y para el gobernante mexicano, don Antonio López de Santa Anna, la situación era algo embarazosa: llegaba a Washington en calidad de prisionero.

 

 

Una “breve” siesta durante la campaña de Texas significó su boleto hasta la capital del país del norte. En abril de 1836, luego de varias jornadas, el caudillo y su ejército habían arribado hasta la región de San Jacinto para enfrentar a los rebeldes texanos. Sin tomar las debidas precauciones, el general en jefe decidió establecer su campamento a ochocientos metros del enemigo. Y “como el cansancio y las vigilias producen sueño” –escribió tiempo después Santa Anna– decidió dormir “un ratito” para reponerse.

 

Al despertar, Texas se había perdido: “Júzguese mi sorpresa al abrir los ojos y verme rodeado de esa gente, amenazándome con sus rifles y apoderándose de mi persona”. Con el aval de Washington, Samuel Houston y los texanos presentaron al infortunado presidente mexicano los tratados de Velasco, donde establecieron que México reconocería la independencia de Texas. Santa Anna no lo pensó dos veces, y para poner a salvo su pellejo, firmó gustoso, aunque no fue suficiente para alcanzar su libertad. Prisionero durante varios meses, don Antonio consideró que una entrevista con el presidente estadunidense podía ser útil para sus fines.

 

La anhelada reunión se efectuó los primeros días de 1837. Con toda la “dignidad” del derrotado, Santa Anna negoció maravillosamente; ofreció todo sin pedir nada: se comprometió a resolver definitivamente el conflicto con Texas, reconocer su independencia y nunca más tomar las armas en contra de la nueva república. El presidente de Estados Unidos fue menos espléndido y sólo puso a disposición del mexicano una corbeta para llevarlo de vuelta a su patria. En la primera entrevista entre presidentes, México había perdido la dignidad y una generosa porción de su territorio.

 

 

“Una breve siesta” del autor Alejandro Rosas Robles y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 16.