Agustín Yáñez

De escritor audaz a secretario de Educación de Gustavo Díaz Ordaz

Andrés García Barrios

En la gestión de Agustín Yáñez al frente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) se creó la Comisión Nacional de Planteamiento Integral de la Educación; se lanzó una campaña nacional de alfabetización que fue reconocida por la UNESCO y disminuyó el analfabetismo de 32.1% a 23.9%, además de que se crearon las telesecundarias.  

 

Agustín nació en 1904, en un barrio de Guadalajara sin empedrados ni banquetas, en tiempos en que empezaba a popularizarse el fonógrafo. Su abuelo vivía de hacer dulces y su papá estaba interesado en la política. Había libros en casa. Eran pobres, pero su mamá lo cuidaba esmeradamente. Cierto día, el niño de apenas seis años sorprendió a su maestra al escribir extensamente sobre un tema de clase.

La religión del arte

En 1929 un grupo de jóvenes intelectuales se reúne en casa de Agustín para crear una revista: Bandera de Provincias, cuyo primer número anuncia su objetivo con gran belleza: “Roto ya el caracol, dejará libre el mar”. Ellos son el mar; el caracol es la opresión que viene del centro, de la capital del país.  

“Niños pendejos”, los llamó Salvador Novo, egocéntrico y centralista, pero lo cierto es que la revista se adelantó a los Contemporáneos capitalinos al publicar autores europeos que se estaban dando a conocer en el mundo. El escritor de Praga, Franz Kafka, apenas comenzaba su boom póstumo cuando Bandera ya ofrecía sus cuentos. Se tradujo al irlandés James Joyce y se comentaba la obra del pintor Pablo Picasso, del arquitecto de origen suizo Le Corbusier, de los escritores Eugene O’Neill y André Gide. Entre poemas de los mexicanos Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia, se criticaba al imperialismo estadunidense y su comida rápida.

Al filo del agua

La primera gran novela mexicana moderna ve la luz en 1947. En el texto introductorio su autor, Agustín Yáñez, nos explica que el título se refiere a la cercanía de la lluvia o –como metáfora- a la inminencia de algún suceso. En seguida añade una nota que sólo se explica como un rasgo de humor cómplice y casi irreverente con el lector que está decidido a dejar atrás lo solemne: “Quienes prefieran, pueden titular este libro En un lugar del Arzobispado, El antiguo régimen, o de cualquier modo semejante”. Las opciones de títulos no tienen importancia, pero el guiño cómico que invita a cambiarlo reafirma el espíritu allegro y el sentido de modernidad que estarán presentes en su literatura.

Como todas las grandes obras, Al filo del agua despliega varias realidades. Está ahí la doble moral religiosa tan fiel al culto exterior como a la acumulación de riqueza y la falta de caridad hacia los semejantes. Está también la creencia honesta en los valores tradicionales como protección contra el liberalismo que promote progreso pero no es ajeno a la corrupción material y espiritual ni al crimen. Está ahí -para no extendernos- el espíritu humano con toda su grandeza irreprimible y también los cauces que toma en una situación extrema, sobre todo la piedad, el terror, el amor y la locura.

Secretario de Educación

Cuando en 1964 el presidente Gustavo Díaz Ordaz lo invitó a dirigir la Secretaría de Educación Pública, Yáñez no se imaginó el terrible desenlace que le deparaba el sexenio. Empezó con todo el ahínco que le exigían por una parte el prestigio de su predecesor, Jaime Torres Bodet, y por otra su amor a los estudiantes, con quienes llevaba décadas conviviendo.

Pronto lanzó una campaña nacional por la que el analfabetismo descendería más del diez por ciento, creó el Servicio Nacional de Orientación Vocacional y decidió usar los medios de comunicación masiva como herramienta de educación al establecer el sistema de telesecundarias. Pero cuando llegó el año de 1968 y empezaron a advertirse los tintes violentos durante las protestas estudiantiles y sobre todo la dura reacción del gobierno, el secretario comenzó a preguntarse si había pactado con aliados correctos. Las versiones son controversiales. Unos le imputan no haber reaccionado ante el asesinato de estudiantes en Tlatelolco, en la Ciudad de México, e incluso hay quien le atribuye parte de la responsabilidad.

Pero al parecer, la verdadera historia es otra, por la que muchos todavía lo recuerdan con admiración. El escritor Ricardo Garibay fue testigo de escena. Al concluir una reunión con el presidente Díaz Ordaz, Yáñez cruza con éste unas últimas palabras casi en secreto y le entrega un documento. De inmediato, el mandatario rompe el papel en cuatro partes y vocifera: “a mí ningún hijo de la chingada me renuncia. ¡Váyase a cumplir un poco mejor con su cometido!”. Quienes exigen que Yáñez hubiera dimitido de cualquier forma, buscan heroicidad y sacrificio, sin reconocer la dignidad de quien, con un nudo en la garganta, asume sus equivocadas lealtades aunque estén a punto de desprestigiarlo.   

 

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